Una vez implantado el cultivo, las labores a realizar se
redicen al riego y a la aplicación de herbicidas y pesticidas en su caso.
En el riego hay que cuidar que el nivel del agua tenga la
altura debida en relación con el desarrollo de la planta. En los primeros días,
el nivel ha de ser alto, para proteger del frío a la plántula, entorpecer el
desarrollo de las malas hierbas, impedir que el movimiento superficial del agua
por el viento arranque a las jóvenes plantitas, aún no arraigadas, y si se usan
determinados herbicidas, impedir su degradación.
Según la planta crece conviene rebajar estos niveles para
permitir un mejor desarrollo y respiración de las hojas, que deben “puntear”
por encima del agua.
Una vez implantado el cultivo se mantiene el nivel de agua
con ligeras variaciones, siendo conveniente la renovación de la misma para
conseguir la mejor oxigenación y temperatura.
Debe resaltarse la práctica de la seca, que tiene notable
influencia en los resultados de la cosecha. La operación consiste en cortar la
entrada de agua y dejar que el suelo llegue a secarse en mayor o menor grado,
lo que se realiza desde finales del ahijado hasta el comienzo de la formación
de la panícula, a finales de junio y julio, pues si se hace en el ahijado se
disminuye éste.
Los fines perseguidos con la seca son controlar el
desarrollo vegetativo cuando éste es necesario, evitando riesgos de encame, y preparar
la planta para el período de fructificación, así como es una forma de
defenderse contra las numerosas algas que se crían al amparo de la planta de
arroz, que dificultan la circulación del agua y llegan a molestar a la planta.
La seca se suele aprovechar para la aplicación de los
herbicidas de contacto, que precisan mojar a la planta, ya que al mismo tiempo
la seca provoca una eclosión de malas hierbas que se encontraban frenadas por
la lámina de agua.
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